Los gemelos se rieron ante aquella afirmación; ¿cómo iba a volar si era de acero? Jim y Michael apostaron que no se mantendría en el aire ni tres segundos pero Megan y yo rompimos una lanza en su favor.
Los cuatro acudimos a la granja al día siguiente a observar el despegue, que fue rápido y sin incidentes. Para sorpresa de todos, voló durante dos minutos cuarenta y tres segundos antes de comenzar un descenso en picado a gran velocidad. El impacto contra el suelo provocó un cráter de kilómetro y medio e hizo un ruido atronador.
Con el corazón en un puño, corrimos hacia el lugar del accidente, pero cuando llegamos él ya había salido del agujero, ileso. Pese al alivio no pude evitar reprenderle. No debía volver a hacerlo. Al fin y al cabo no era ni un pájaro ni un avión.
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Bueno, pues este cuento ha resultado ser un regalo literario para mi amigo Tomás (un fan de Superman) por su cumpleaños. Lo posteo ahora, antes de que me alcance de lleno el boom del nuevo remake de la película y me tachen de seguidora de modas...
¡Ya queda menos para el próximo fin de semana! ¡Feliz semana, Cuentistas!
Ademas de dejar el campo lleno de agujeros, je je.
ResponderEliminarMuy buen regalo Marina, gracias por compartirlo.
Un abrazo.
Marina, un microrrelato que juega con la ciencia-ficción más real posible. ¿Quién no ha jugado de pequeño a ser astronauta o ingeniero de la NASA?
ResponderEliminarBuen homenaje.
Abrazos.
Una historia muy evocadora.
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